Discurso día del profesor
⊆ 9:07 by Rafael Bujazha | ˜ 0 comentarios »Muchos comentarios surgieron después de que leyera este discurso reivindicando a los docentes argentinos. Sin arrogancia ni falsa modestia, lo publico ahora porque en gran porcentaje, no son palabras mías. En todo caso, como diría Borges, soy mejor lector que escritor, y eso es un orgullo:
"Desde este mismo espacio, hace un par de años, hacíamos una crítica al estáblishment por la situación de los docentes argentinos, convertidos por la desidia de diferentes gobiernos en “pésimos nutricionistas” a cargo de comedores escolares, en “cuidadores de adolescentes sin futuro”, o en “vagos abusadores del régimen de licencias”.
No hubieron muchos cambios: Creció la cantidad de aulas, pero no crecieron en la misma proporción los cargos docentes, las escuelas están sucias por falta de personal auxiliar, y se pide calidad educativa en cursos superpoblados con alumnos en situación de extrema pobreza: Los bebés desnutridos de 2001 son alumnos de primer grado, y la famosa Barbarita, aquella niñita que conmovió al mundo porque se desmayaba de hambre en la escuela, es hoy alumna de octavo año.
En estos dos últimos años, murieron 12 maestros y profesores en las inseguras rutas argentinas, la mortalidad infantil creció medio punto, la inflación... no se sabe y murió en la lucha el profesor Carlos Fuentealba. Al respecto, una muy querida profesora de esta Casa, la Profesora Isabel Gago de Guerra escribía lo siguiente:
“NO SE PUEDE EDUCAR SIN ESPERANZAS
Hace unos años un pedagogo español criticaba el estado de las cosas en la educación de su país, contando con gracia, que un maestro le decía a su alumno: “Tú haces como que aprendes, yo hago como que enseño y el gobierno hace como que me paga”
Huelgan los comentarios.
En la antípoda está el docente que, con optimismo, pide al gobierno que reparta con equidad el superávit fiscal, que otorgue salarios dignos, porque sabe por experiencia que no es fácil educar a niños y adolescentes, y que la ignorancia genera pobreza e inequidad.
Ese educador no se deja tentar con frases como “para lo que me pagan...”, ni apela al cinismo o al sarcasmo; no cae en la indiferencia ni en la chatura. Lucha porque cree que es posible un mundo mejor. Todavía no ha bajado los brazos, tiene un proyecto personal y percibe los asuntos públicos como parte de su intimidad. Le importa lo que sucede en su lugar de trabajo, en su provincia y en su país, puesto que es un ciudadano responsable. Ese docente transmite a sus alumnos algo más trascendente que el conocimiento. Los pedagogos lo llamarían “currículum oculto”.
Carlos Fuentealba, docente neuquino era eso: todo un ejemplo. Su directora dijo de él: “Un ser consecuente con sus valores, con sus principios”. Sus alumnos lo habían elegido como el mejor. Su esposa lo amaba porque amaba su coherencia.
¿Qué empleador en algún lugar del mundo derrocharía tanto talento? ¿Qué gobierno es ese que desaprovecha semejante recurso humano? ¿Cuántas son las personalidades públicas que le muestran a la adolescencia actual la luz al final del tunel? ¿Quién dice que nuestros jóvenes viven mejor hoy sin utopías?
En esta sociedad, en la que el duelo por el rating entre Gran Hermano y Show Match ocupan la primera plana de los diarios, queda pendiente un profundo debate acerca de los valores de la ciudadanía y de sus dirigentes.
Porque como dice Eladia Blázquez, "no es lo mismo vivir que honrar la vida”"
No hubieron muchos cambios: Creció la cantidad de aulas, pero no crecieron en la misma proporción los cargos docentes, las escuelas están sucias por falta de personal auxiliar, y se pide calidad educativa en cursos superpoblados con alumnos en situación de extrema pobreza: Los bebés desnutridos de 2001 son alumnos de primer grado, y la famosa Barbarita, aquella niñita que conmovió al mundo porque se desmayaba de hambre en la escuela, es hoy alumna de octavo año.
En estos dos últimos años, murieron 12 maestros y profesores en las inseguras rutas argentinas, la mortalidad infantil creció medio punto, la inflación... no se sabe y murió en la lucha el profesor Carlos Fuentealba. Al respecto, una muy querida profesora de esta Casa, la Profesora Isabel Gago de Guerra escribía lo siguiente:
“NO SE PUEDE EDUCAR SIN ESPERANZAS
Hace unos años un pedagogo español criticaba el estado de las cosas en la educación de su país, contando con gracia, que un maestro le decía a su alumno: “Tú haces como que aprendes, yo hago como que enseño y el gobierno hace como que me paga”
Huelgan los comentarios.
En la antípoda está el docente que, con optimismo, pide al gobierno que reparta con equidad el superávit fiscal, que otorgue salarios dignos, porque sabe por experiencia que no es fácil educar a niños y adolescentes, y que la ignorancia genera pobreza e inequidad.
Ese educador no se deja tentar con frases como “para lo que me pagan...”, ni apela al cinismo o al sarcasmo; no cae en la indiferencia ni en la chatura. Lucha porque cree que es posible un mundo mejor. Todavía no ha bajado los brazos, tiene un proyecto personal y percibe los asuntos públicos como parte de su intimidad. Le importa lo que sucede en su lugar de trabajo, en su provincia y en su país, puesto que es un ciudadano responsable. Ese docente transmite a sus alumnos algo más trascendente que el conocimiento. Los pedagogos lo llamarían “currículum oculto”.
Carlos Fuentealba, docente neuquino era eso: todo un ejemplo. Su directora dijo de él: “Un ser consecuente con sus valores, con sus principios”. Sus alumnos lo habían elegido como el mejor. Su esposa lo amaba porque amaba su coherencia.
¿Qué empleador en algún lugar del mundo derrocharía tanto talento? ¿Qué gobierno es ese que desaprovecha semejante recurso humano? ¿Cuántas son las personalidades públicas que le muestran a la adolescencia actual la luz al final del tunel? ¿Quién dice que nuestros jóvenes viven mejor hoy sin utopías?
En esta sociedad, en la que el duelo por el rating entre Gran Hermano y Show Match ocupan la primera plana de los diarios, queda pendiente un profundo debate acerca de los valores de la ciudadanía y de sus dirigentes.
Porque como dice Eladia Blázquez, "no es lo mismo vivir que honrar la vida”"
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